Era un domingo por la tarde excepcionalmente común en la casa de los Pérez, excepto por el alboroto del estudio. Don Ernesto, un hombre que vivía para la tecnología, corría de un lado a otro como si hubiera descubierto la fórmula de la inmortalidad. Su hijo, Ernestico, había logrado algo monumental: después de 17 años, 4 meses y 12 días, por fin había aprendido a hacer doble click con el mouse. Sí, ese mismo que se usa para abrir todo en la computadora.
“¡Es un genio, un prodigio!” exclamaba Don Ernesto, llamando a todos los familiares y contactos de su lista de WhatsApp. “¡Y pensar que la maestra me dijo que necesitaba mejorar en tecnología!”, recordaba, con esa mezcla de indignación y orgullo que solo un padre enajenado puede sentir. Ernestico, mientras tanto, miraba la pantalla sin entender la conmoción. Solo quería abrir el videojuego que había tardado tres semanas en descargar con el Internet de su casa, creyendo que cada click lo acercaba un paso más a la victoria.
Doña Ernestina, la madre, preparaba la cámara para inmortalizar el momento. “Vamos a poner esta foto en la sala, junto a tu diploma de participación en la feria de ciencias donde mostraste esa roca del jardín”, decía, ignorando que la roca era parte del concreto de la entrada. En el clímax de la celebración, Don Ernesto decidió anunciar una fiesta de celebración: “¡Que el mundo sepa que mi hijo es el próximo Steve Jobs! Bueno, al menos en lo que a clicks se refiere”. El evento fue un espectáculo absurdo: una torta en forma de mouse, una piñata inalcanzable porque nadie sabía usar una escalera, y Ernestico, todavía confundido, tratando de recordar si realmente hizo doble click o fue pura suerte. Pero eso ya no importaba; para su padre, él ya era un pionero de la era digital, aunque solo se dedicara a hacer bailesitos en TikTok.
Comments